jueves, 15 de abril de 2010

en 5 o 6 canciones...

Resting my bones…
Aguanta aquí sentada lo que queda de tarde. Entretente, evade los pensamientos, ocúltate en ellos si hace falta. Engáñate a ti misma durante un periodo de tiempo limitado. Hazlo, haz algo útil, o inútil, según tu juicio, y luego escóndete bajo la manta sin remordimientos.
Sabes lo que va a pasar, tu cuerpo te lo dice, sintomáticamente, premonitorio como él solo. La ansiedad, la pelota en el estómago, en ayunas, subiendo lentamente hasta la garganta hasta dejar el hueco más abajo vacío. La capacidad de concentración bloqueada, centrada en un solo pensamiento, el de derrota.
Tu pasmoso quehacer me ha robado el manejo del tiempo. Los minutos pasan pero ya no sé discernir si lo hacen rápido o despacio. Te has convertido en el dueño de todo lo que me rodea mientras estoy despierta, y el objeto de focalización cuando me tumbo y pretendo dormir.
Aquí me hallas tratando de recordar un momento de mi vida pasado en el que hubiese sido plenamente feliz. Algún instante de estos en los que tú no habías hecho aparición todavía. Los comparo con los que has protagonizado, casi exhaustivamente, tratando de dilucidar si me compensas aún.

Love is old, love is new. Love is all, love is you.
Siempre dicen que estar enamorado duele. Yo no lo estoy pero quiero aclarar que lo que duele es el momento de decaimiento de ese amor. El instante que algo cambia, salta, huye o viene al encuentro. De hecho si duele así ahora no me gusta pensar en la cantidad comparable de peso que podría tener esta hoja en mis manos si lo hubiese llegado a estar. Enamorada de ti, me refiero. Con el tiempo. Inevitablemente. Como en una cuesta, con una indiscutible dirección, hacia abajo. Directa y apresurada hacia el golpe que supone. Que supones.
Hay un gran peso en forma de roca inmensa sobre mí, taponando la salida de todo lo que llevo dentro. Sólo tienes que ayudarme a moverla, quítala, arrójala lejos y deja que salga, emanando descontroladamente. No te quedes a ver cómo la sangre no llega al río, no hace falta. Estaré bien, simplemente necesito vaciar la bolsa llena de cosas que había ido amontonando para poder volver a salir y seguir acumulando. Tus cosas, las que me diste y fueron llenándome, déjame que las tire a la basura. No tengo espacio en mis brazos, tampoco dentro de las paredes de mi piso para atesorarte.

Here it comes…

Llegará el día, sospecho, o quiero creer ciegamente, no muy lejos, en el que estas palabras habrán perdido su sentido, y recuperar todo esto que estoy deseando perder por los rincones no resultará difícil. Reliquias que con el tiempo recobran un valor. Por una extraña afección sanguínea tardo más de la cuenta, un poco más que los demás, el resto de mortales que viven y te sufren en tus múltiples variantes, pero me recompondré. No has tenido tiempo de acometer un destrozo irreparable.

55min.
54… pero estoy convencida que ha pasado más de un minuto en medio. Como también estoy convencida de que has decidido aplazarme. Posponerme. No encuentro otra explicación menos dolorosa. Y por mucho que rodeo el montón de pensamientos que se han ido acumulando, formando una pequeña montaña desde el suelo, no encuentro la manera de encararlos sin salir perdiendo… cuando la seguridad en mi misma que me ha costado tanto ganar con el tiempo me dice que es todo lo contrario (y no me valdría que me dieras la razón en esto, es algo que ambos sabemos).

Please, love me do.
El destrozo, descomponiéndose por partes y poco a poco, me ha venido por sorpresa por completo. Pensando, tonta de mí, que todo por una vez podía salir bien. Casi ni me lo creía. No te creía, no eras de verdad, un espejismo de algo reminiscente o bien un pasatiempo perecedero cuya función es recordarme la fugacidad de los momentos que vivimos. Y me estaba entregando, calmosa, paciente, con cautela. No la suficiente, por lo visto. Creía que por fin habías llegado, me había equivocado. Pensé en la cantidad inconmensurable de veces que te habías colado por las rendijas de mis pensamientos de manera furtiva que tal vez habías venido para quedarte.
Y de repente… el golpe. En el que pensaba. La opción que siempre se ha de contemplar, el otro desvío de la carretera. El que pensé que no cogerías porque se me ocurrió creer que íbamos en el mismo transporte. Pero tú sólo saludabas en el trayecto común, manteniendo una conversación amable, lo que la distancia de tu cristal al mío te permitía.

Baby, it’s you.

Pues no.

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