sábado, 20 de marzo de 2010

The miracles

Los milagros de una canción, versionada durante décadas pero sin ser desgastada.


Tengo un recuerdo de You really got a hold on me muy especial, porque creo que la primera vez que la escuché fue como parte de la bso de Sirenas, aquella película en la que Cher hacía de la madre de Winona Ryder y Christina Ricci. Tenía el cassette y no paraba de escucharla.
Poco después descubrí la versión Beatleliana... y ya caí rendida.

Lo curioso de esta canción es la letra, que no es de amor al uso. I don't like you but I love you... You treat me badly, I love you madly... I don't want you but I need you, Don't want to kiss you but I need to... You do me wrong now, my love is strong now... Hasta me perturba! Junto al ritmo, pensar lo que cantas, no sé si me pone triste o me hace querer abrazar la almohada.

Así que la sumo a la lista de canciones, como hace poco os hablé de Try a little tenderness, que puedes poner en bucle en las mil versiones que no te cansas.

jueves, 11 de marzo de 2010

El tumulto... parte III. La agonía final.

El centro del problema (más o menos a la altura de mi ombligo) tiene nombre y cara. A día de hoy son un nombre y una cara concretamente, en el pasado fueron otros y en el futuro, si no lo expulsamos o lo escupimos pronto, serán otros todavía por descubrir. Y al igual que las enfermedades tienen vertientes definitorias, la mía se está enmarañando a la pared pegajosa, creciendo como la mala costumbre, tejiendo nuevas enredaderas dignas de una mente imaginativamente privilegiada pero defectuosa por sistema. Pintando esa pared donde agarro mis hojas y tallos el muro se decora y amplia a cada minuto, retorcido, deforme, incompleto, compuesto y descompuesto, inestable e inseguro. Como lo somos ambos. Como creo, imagino, pienso, invento, me aferro a que somos ambos.

De tacto suave, me cabe en la mano, lo único rugoso es una etiqueta que no atino a leer, prefiero imaginar lo que en ella pone, escribirlo a mi antojo y con mi propia mano. Y en la etiqueta, clasificatoria y sencilla, escribo la historia enfermiza de mis ojala-futuros-pero-en-verdad-imaginados golpes en las piernas, manchas violáceas en las muñecas y heridas en la espalda. A mis oídos llegan tan fuerte desde mi interior los gritos y descalificaciones, en mi piel curvando la cintura del ombligo hasta la espalda noto el tacto de una mano que aunque en este preciso instante de mi memoria imaginaria cosquillea en su recorrido la flora dispuesta a emanar de los poros, antaño (el antaño creado en el futuro no real todavía por llegar) había sido la que con el atino enfermizo que yo he previsto encarnizó de manera vertical la carne de mi espina, igual que uno para arar un campo surca líneas profundas, dejando en ellas bien plantada la semilla de su esencia.

Lo que es la esencia, yo no la conozco, ni la tuya ni la de nadie, porque mi don maldito durante un cuarto de siglo me ha relegado a crearla de la nada. Quién eres y quién soy, no me lo preguntes. Ahora mismo somos dos torturas andantes desgarrándonos el uno al otro. Y lo disfruto sin control, de manera masoquista, ansiándolo sin margen de error, preciso y precioso, deseo de marcarte y que me marques. Porque podrías ser tú como podrías ser cualquiera, y te quiero sin conocerte porque te conozco a mi modo y por eso te quiero. Déjame marcada, que me cueste cicatrizarte. Certeza de lo perturbadora que me resulto a mi misma si lo que deseo con desesperanza es que vengas a por mí. Que me caves, ser la pala y el agujero. No pasar por esta parcela de tierra levantada con piedras y ramas mirando el paisaje, si no admirando la roña entre tus uñas de hurgar sin reparo ni descanso hasta levantarme y obligarme a arquear la espalda y mirarte a los ojos. Y entonces, al igual que en el espejo veo ahora reflejado el grumo que se me atraganta dentro, poder vernos, poder verte. Posicionarme porque tú me posicionas; encajar tus dedos doblados de maneras imposibles en la curvatura de mis huesos.

Sin beatitud déjame decirte la verdad ahora que estamos solos en la imaginación, el tumulto que me ha creado para más tarde crearte yo misma, los tres bajo la manta. Cávame y entiérrame, búscame un lugar donde yacer; te voy a diseccionar. Rodearte y aprisionar tu pecho con mis piernas, engancharme a tu espalda como un pútrido insecto del que nunca consigues deshacerte, si puedo chuparte hasta la última gota de fluido vital y mientras tanto arañar sin parar la misma zona de tu cabeza, bajando hasta la sien, labrándome un camino para entrar de manera retorcida en un lugar más oscuro del que me imagino de antemano (o todo lo contrario) y una vez allí dentro perderme con quietud, con la seguridad de quien va a mover los hilos necesarios para conseguir que te aferres a lo que a mí más me importa.

Si en verdad dentro de ti no hay una casa de pastas líquidas de naturaleza pegajosa y oscura, si lo que contradice las cuatro pistas que tengo para rastrearte es todo pureza y necedad, entonces es ahora cuando te pido que no te asustes… Ya que al fin y al cabo nada de esto es real. Es todo lo que consigo traducir del grito interno, las palabras que interpreto del tumulto que me sacude. La explicación más sencilla de la enfermedad que me acompaña. El convencimiento de que padecemos y nos compadecemos de lo mismo y que si quisieras clavaríamos nuestras agujas en nuestros respectivos brazos hasta drenarnos mutuamente.

Soportando el peso de lo real y lo irreal, a cada cual en una mano a modo de balanza, mis músculos se atrofian sujetando la cantidad inmensurable de caminos que ya he recorrido y que te llevo de ventaja sobre los frágiles dedos de mi extremidad izquierda. Con la derecha puedo lanzarte y devolverte lo poco que sostiene, jugueteando con su contenido en el aire y volviendo a caer sobre la palma. Procuro no juntar las manos, intento discernirte de discernir tu propio yo del mío, el que sujeto y pesa toneladas de insalubridades. Procuro no hacerlo pero es lo único a día de hoy que me ayudaría, agitarlas y dar palmas. Colisionarme de frente contra esa pared que ya me ha roto, esa pared que cada vez es más grande pero esta vez lleva tu nombre y mis pecados escritos.

Devuélveme la salud, escápate y deja que el tumulto se calme. Huye en una dirección o choca contra mí, ¿no lo ves? Despega esos tumores de mi vuelta del revés porque yo no puedo, yo sola me he fabricado a mi misma sin la capacidad de reconocerlos y deshacerme de ellos. Tira los dados, si te es más fácil, juega y hazte dueño del azar, devuélveme lo que es mío, desafiémonos el uno al otro y continuemos ese camino que ya he ido marcando yo para no perdernos. Regálame la cordura que merezco o enséñame a base de sangrientas heridas en la frente contra la puerta que nunca se abre a marcharme y buscar una versión sana de mí misma. Libérame de la culpa que sé que tengo por escribir y vaciarnos sobre la mesa, mezclándolo y desorganizándolo todo, incapaz de volver a guardarlo en su sitio.

Salgo a buscarme. Una yo desembriagada, una yo paralela capaz de ser incapaz de hacerse esto a si misma. Una yo vacía que al llegar a la línea veintitrés de la tercera página decide darle al tumulto un presente con el que jugar y entretenerlo hasta nuevos golpes. Por fuera no se ven, pero si tanto tú como yo nos encontrásemos y tuvieses el talento de darme la vuelta, los verías estremeciéndote, asustado, y comprenderías que no existe diferencia entre realidad y ficción aquí dentro.



(Y ya está fuera... buffff).

El tumulto... parte II.

Nublo la vista y me emborrono los ojos para evitar enfrentarme a lo que yo me he obligado a mi misma a hacer: exorcizar la vergüenza. Me castigo a la vez que me fuerzo a salir del castigo dando vueltas, círculos y más círculos que me revuelven, descolocan, desconciertan y me funden con el malestar que merodea esperando un altibajo para apoderarse de mi cómodo lugar en este colchón no tan mullido que me hace de tumba en los ratos que mi optimismo muere y se entierra. Un mundo reducido a 1.35 metros de ancho del que asusta saltar, en el que moverse dentro de los pensamientos y ponerlos de lado, amontonados, desordenados, buscando el algo perdido sin saber muy bien todavía qué, parece mucho más correcto que fuera del límite. Aquí dentro nadie me puede, nadie me mira, nadie me juzga, solamente estoy yo al mando, la mirada impávida es la mía. Y he de decir que no es una mirada cándida de apoyo, no está a favor del ruido que provocan los gritos acallados. Soy mi peor verdugo, no soy piadosa ni pretendo llegar a serlo, no es el modo de aprender ni la actitud que merezco.

Antes de saltar remuévete, rebusca, arranca las pequeñas imperfecciones del foro interno en la tentativa de encontrarlo: un qué, una solución. ¿El problema? La miseria y el fango, la lluvia fuera que ensucia más el dolor de la quietud de mis piernas. Vi el muro de frente y no detuve mis pasos certeros hacia él aun sabiendo que el golpe iba a astillar un poco más la pequeña figurita de cristal que un día me regalaron y que tarde o temprano acabará rompiéndose, condenando su destino a la última capa de basura, la maloliente imagen al abrir la tapa del cubo para acumular deshechos uno tras otro.

Se me antoja fácil metaforizarme por completo, clavar los dedos firmes lo más lejos posible de mi fuera a mi dentro y sacar toda la pasta viscosa que me marea, aprieta y molesta permanentemente. Luego de eso me planteo observar y analizar el resultado, buscando similitudes entre la brumosidad descolorida y las razones de este envenenamiento. Suciedad y mal olor fuera de mis fronteras para un grumo mucho más grande que parece vivir atrapado en el hueco vacío lleno de gas y espacio airoso libre que estoy convencida poseer dentro de mi cuerpo, en algún rincón bajo la caja torácica y los pulmones, ligeramente por encima de ese chiquitajo estómago que lucha con mala saña por no dejarle hueco. Bichos revoloteantes conviviendo en la agitada fauna de mi interior. Todo lo que sube baja, todo lo que entra sale. Lo difícil de ser conocedor de esto es poseer el don de saberse arriba o abajo, dentro o fuera, o en medio de ambos trayectos, justamente en el centro de todo y a la par en ningún lado.

No busco la definición de enfermedad porque es el estado normal de todo ser que respira, camina, piensa y sufre. Incluso cuando se disfruta y se pierde la consciencia de que en el fondo los defectos y fallos acumulados nos hacen incurablemente inválidos. Todos somos defectos andantes, la gran vía del mundo donde las taras se tratan de conocer unas a otras y nunca lo consiguen.
Pienso, ¿y si en vez de querer sacar el tumulto y mirarlo cara a cara, le mando algo para que no se sienta solo? Presentes para que esté a gusto y me quiera como se supone que deberíamos querernos o en cambio castigos para hacerle ver que voy en serio y quien no ama lo suficiente soy yo.

Hoy no tengo la fuerza necesaria para darle otra utilidad u otro punto de vista al revuelo que se está causando. Hoy me he despertado con un golpe en la cabeza y el desastre desparramado por el suelo. Hoy me gusta la palabra jarrón y me siento enfrascada dentro de uno, en una postura más bien incómoda, sin ser capaz de amoldarme a mi propia forma porque no parece confortable quedarse así para siempre; ya lo hemos probado, no ha funcionado, salgamos corriendo.

(...)

Es hora de enseñar el tumulto... parte I.

El tumulto danza dentro de mí y es el que me lleva, el que me carga y dirige mis espasmos. Porque vivo a base de golpes, de agites y embistes. No tengo poder ni control alguno sobre la desesperanza, la oculto bajo la piel templada que no sabe ser constante ni consigo misma, ni por dentro ni por fuera. Tiempo atrás, ahora lo comprendo, utilizaba las brechas para sacarla por medio de esos cortes; abriendo paso y abriéndome en canal para dejarla salir. No era una buena idea y por mucho que vea las antiguas puertas, ahora cerradas de manera definitiva, comprendo que era un camino más fácil… Me quedan diez dedos con movimientos rápidos pero no por ello errantes y la capacidad de enfocar y desenfocar la vista en un fondo azul; esas son mis armas, por ellas y con ellas es de donde sale ahora toda esa melancolía, lo que la consigue canalizar, como un embudo por el que entra una materia pero bien distinta sale otra. La capacidad de conseguir transformar las cosas, la realidad de que no se destruyen, aunque no estoy muy segura de que no se creen. ¿De dónde vienen? Si todo está hecho, si ya nada nace porque la materia no se crea, ¿es posible que todo el novedoso tumulto no sea más que el viejo tumulto de siempre, que por otras rendijas se ha vuelto a colar, o nunca se ha llegado a escapar, y vuelve de nuevo a llamar a las puertas desde dentro? Oigo el sonido de los golpes y de alguna manera he de sacarlos a mamporrazos, nerviosamente, temiendo que mis manos y las palabras nunca lleguen a ser suficientes… porque nunca lo son. Erráticas como las que más, lo engañan a él y me engañan a mí, creyéndonos separados por unos instantes… Pero la realidad de la existencia es que esa materia ni se crea ni se destruye, la materia viva y real de la que está constituido el tumulto de golpes vive dentro de mí. Método ineficaz donde los haya cruzo los dedos y miro a otra parte, queriendo y deseando que se quede impregnado con la tinta negra todo él, fuera y bien lejos. Sin embargo no es más que un espejo, reflejo de lo que parece tener una vida externa y que en cambio engaña sin mediar. Ahí estoy yo, y ahí está él, invisible pero certero. Ahí estamos inseparables e indivisibles.

Sufro ataques, ataques de ansia, que no de ansiedad. Ansío con tanta gravedad que me boicoteo sin remedio. Mil viajes y puñetazos de deseos que lejos de estar cerca, valga la ridiculez de la expresión, me anegan al sentimiento tonto de esperanza que albergo. Dicen que la sabiduría nos llega cuando ya no nos sirve de nada. Yo aún la espero gravemente en temas ilusorios, y sospecho que todavía le queda un largo camino antes de dotarme de un poco de sensatez.

...

(una de estas cosas que una escribe en un momento, luego, con la distancia que proporciona el tiempo lo relee y no sabe muy bien qué hacer con toda la masa de palabras que se habían amontonado por aquel entonces).

lunes, 8 de marzo de 2010

Turuptú...

Seguro que no soy la única a la que le pasa el fenómeno siguiente:
Escuchas una canción, la "descubres" y la escuchas una y otra vez, en bucle, te la sabes de memoria, casi sin prestar atención, porque te sale. El resto del mundo empieza a hacerse con la melodía y pronto todos la tararean como tú (y eso no consigue que deje de gustarte ni mucho menos).
Pasa el tiempo, es ya una canción popular, tú te la sabes pero has dejado de escucharla con tanta asiduidad.
Y un día, no sabrías decir cuánto después desde aquel momento que la descubriste, perfectamente un año, puede que dos... la vuelves a escuchar y al cantarla te das cuenta de cosas en las que no habías reparado antes (o puede que sí, pero que ahora ves con otros ojos -o mejor dicho oyes con otros oídos-).
La "redescubres". Y aunque te la sepas y la cantes igual que al principio, del tirón y de memoria, esta vez le prestas atención.


Y la canción vuelve a ser tuya, y sólo tuya. De manera sencilla, tan simple, tanto que la propia letra te lo canta "I'm yours..."