martes, 27 de octubre de 2009

Viaje por la imaginación

Salgo del metro en London Bridge y camino un poco...



Llego a Bedale St. y allí veo las pequeñas tiendas.



Entro en la pastisserie y me pido un apple pie y un café.



En mi portátil escribo cómo Sara vuelve a casa, entra en ese mismo sitio y compra un trozo de Carrot Cake.
Al igual que ella, salgo de allí.



Y voy al mercado, caminando entre los puestos, observando las cosas que Sara comprará antes de entrar en esa casa vieja de paredes verdes desteñidas y esquinas uniformes que tengo en la imaginación.
Como ella trato de conectar con el sentimiento de soledad que la invade en una ciudad que no es la suya, donde la gente no la conoce ni se molestaría en hacerlo.
Siento, caminando entre esas dos calles, que ella podría cruzarse conmigo en ese preciso instante, casi podría notar que existe y que su día, tal cual está escrito en un documento de word dentro de mi ordenador, ha podido ser el mismo que he figurado para ella. Sara, efectivamente, camina por esas calles igual que lo hago yo, camina conmigo, dentro de mí, incapaz de salir pero diferenciándose de mí.

Y yo miro ahora por la ventana y veo el cielo gris de Barcelona tal y como ha amanecido hoy, las ventanas de mi habitación (cuyas contras son de un verde familiar en la vida ficticia de esa mujer) y soy consciente de que ni Sara existe ni vive en Londres ni yo estoy allí paseando sus calles y escribiéndolo donde se supone que sucedería.
Pero lo imagino. Imaginación dentro de imaginación. Un viaje ficticio dentro de otro viaje ficticio más profundo.

Vuelvo a la pantalla del ordenador y pienso en cerrarla, guardarlo y bajar... pero no del metro, si no las escaleras. Y caminar por la calle, y entrar en la cafetería y luego pasear por el mercado... Pero los de verdad, los que me esperan cuatro pisos más abajo, con los pies sobre la tierra.