lunes, 22 de febrero de 2010

Ganas de...

De ir a un karaoke y protagonizar algún momento digno para el recuerdo cantando La chica Yeye o iconos similares.


De arrancar en un momento de emoción a cantar en plena calle, bailando, en el metro o saliendo del portal de casa con la sensación de que hasta los pajaritos se unirían a mi número musical(porque a veces en la vida hace falta tomarse las cosas de manera muy sonora).


De pasarme horas en un rincón con mi libreta garabateando ideas de lo bonitas que pueden llegar a ser las cosas en la ficción (y luego comprobar que en la realidad comparablemente no me lo paso mal).


De volver a verla. Porque sí.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Try a little tenderness

Tengo una historia de amor con esta canción.

En todas sus vertientes. Es oírla y darle al repeat como un resorte.
En todas sus versiones. Aretha, Michael Bublé, Sinatra... Otis. Hasta la que hizo Paul Giamatti en Duets, espectacular!
A los treinta segundos ya siento el impulso de querer sacudirme y agitarme.



Pero sobretodo... adoro a Duckie bailándola.

Es verlo y dejar de tener ganas de atacar el rebost de la cocina donde sé que yace sola esperándome una tableta entera de chocolate. Y eso es tener unas propiedades que pocas cosas en esta vida tienen.

(video, por cierto, coreografiado por el gran Kenny Ortega... ahí lo dejo)

martes, 2 de febrero de 2010

Un juego de niños


No sé calcular cuánto tiempo llevo reflexionando sobre el mismo tema, sólo sé que el revuelo se va a quedar conmigo cuanto menos una larga temporada, como la tesis con la que acabar una década y empezarla queriendo profundizar más.
Qué somos, qué pensamos, cómo somos y de todo esto qué es lo que ven los demás.
La objetividad no existe. Siempre lo he dicho y siempre lo creeré, es muy fácil hacer afirmaciones de este tipo cuando son comparables a sentencias irrefutables tales como la materia no se crea ni se destruye, o más sencillas como la nieve es blanca y el carbón es negro.
La subjetividad, cristal por el cual miramos todos, hace que no seamos conscientes con qué cartas juegan los demás. Conocemos las nuestras y nos sentimos obvios en nuestras jugadas, temerosos de que nos descubran, de perder la partida, así que nos echamos faroles. Bien por jugar de maravilla, o sea por pecar de precavidos, poca gente hay en el mundo que sepa ganar siempre.
Porque todo es cuestión de jugar, un resorte que nos acompañó durante años y al cual le cogimos tanto gusto por lo que nunca lo hemos podido dejar atrás. Jugamos a todo, y así como antes decidíamos a qué en función de las ganas, el tiempo o los materiales a mano (pelota, cartas, un palo...) ahora hacemos prácticamente lo mismo, sólo que en nuetras manos lo que poseemos para decantarnos por uno u otro es información.
Con las paredes repletas de frases obvias pero verdaderas nos enfrentamos a los hechos, estamos en la partida, hay que jugar. Arriesgas o no. Te precipitas o lo piensas mucho, el caso es que no nos libramos, por muy apartados que nos sintamos, allá, en un rincón de la mesa, en una esquina del campo, la pelota también va a pasar por nuestras manos y en ese breve intervalo de tiempo vamos a tener que decidir qué hacer con la oportunidad que se nos ha brindado.
Hagan juego, señores. Láncense al ruedo. El mundo es de los valientes, lo intuyo escrito en letras azules en un post it amarillo sobre una puerta que no lleva a ningún lado ni es guardiana de nada ni nadie. Y cierto es, también, que quien no arriesga no gana... Así que vamos a dejarnos de historias, cuanto más mayores nos hacemos más partidas hemos jugado y nos creemos duchos en la materia, pero siempre hay un juego al que nunca hemos jugado o que no se nos ha dado especialmente bien...
Por eso digo que esta partida, la que toca jugar ahora, no el año pasado o el mes que viene, la juguemos al descubierto, para variar. Que la estrategia sea no ocultar las cartas, ir de frente, mostrar las jugadas al contrario. Porque a veces se nos olvida que no jugamos solos, y al resto también les viene bien, no muy a menudo pero sí alguna que otra vez, la información que ocultamos, ni que sea para planear el siguiente movimiento.
No sé jugar al ajedrez, siempre se me ha dado bien el balón prisionero pero no encuentro la pelota por ningún lado. Voy a ver qué pasa si tiro los dados...