jueves, 11 de marzo de 2010

El tumulto... parte III. La agonía final.

El centro del problema (más o menos a la altura de mi ombligo) tiene nombre y cara. A día de hoy son un nombre y una cara concretamente, en el pasado fueron otros y en el futuro, si no lo expulsamos o lo escupimos pronto, serán otros todavía por descubrir. Y al igual que las enfermedades tienen vertientes definitorias, la mía se está enmarañando a la pared pegajosa, creciendo como la mala costumbre, tejiendo nuevas enredaderas dignas de una mente imaginativamente privilegiada pero defectuosa por sistema. Pintando esa pared donde agarro mis hojas y tallos el muro se decora y amplia a cada minuto, retorcido, deforme, incompleto, compuesto y descompuesto, inestable e inseguro. Como lo somos ambos. Como creo, imagino, pienso, invento, me aferro a que somos ambos.

De tacto suave, me cabe en la mano, lo único rugoso es una etiqueta que no atino a leer, prefiero imaginar lo que en ella pone, escribirlo a mi antojo y con mi propia mano. Y en la etiqueta, clasificatoria y sencilla, escribo la historia enfermiza de mis ojala-futuros-pero-en-verdad-imaginados golpes en las piernas, manchas violáceas en las muñecas y heridas en la espalda. A mis oídos llegan tan fuerte desde mi interior los gritos y descalificaciones, en mi piel curvando la cintura del ombligo hasta la espalda noto el tacto de una mano que aunque en este preciso instante de mi memoria imaginaria cosquillea en su recorrido la flora dispuesta a emanar de los poros, antaño (el antaño creado en el futuro no real todavía por llegar) había sido la que con el atino enfermizo que yo he previsto encarnizó de manera vertical la carne de mi espina, igual que uno para arar un campo surca líneas profundas, dejando en ellas bien plantada la semilla de su esencia.

Lo que es la esencia, yo no la conozco, ni la tuya ni la de nadie, porque mi don maldito durante un cuarto de siglo me ha relegado a crearla de la nada. Quién eres y quién soy, no me lo preguntes. Ahora mismo somos dos torturas andantes desgarrándonos el uno al otro. Y lo disfruto sin control, de manera masoquista, ansiándolo sin margen de error, preciso y precioso, deseo de marcarte y que me marques. Porque podrías ser tú como podrías ser cualquiera, y te quiero sin conocerte porque te conozco a mi modo y por eso te quiero. Déjame marcada, que me cueste cicatrizarte. Certeza de lo perturbadora que me resulto a mi misma si lo que deseo con desesperanza es que vengas a por mí. Que me caves, ser la pala y el agujero. No pasar por esta parcela de tierra levantada con piedras y ramas mirando el paisaje, si no admirando la roña entre tus uñas de hurgar sin reparo ni descanso hasta levantarme y obligarme a arquear la espalda y mirarte a los ojos. Y entonces, al igual que en el espejo veo ahora reflejado el grumo que se me atraganta dentro, poder vernos, poder verte. Posicionarme porque tú me posicionas; encajar tus dedos doblados de maneras imposibles en la curvatura de mis huesos.

Sin beatitud déjame decirte la verdad ahora que estamos solos en la imaginación, el tumulto que me ha creado para más tarde crearte yo misma, los tres bajo la manta. Cávame y entiérrame, búscame un lugar donde yacer; te voy a diseccionar. Rodearte y aprisionar tu pecho con mis piernas, engancharme a tu espalda como un pútrido insecto del que nunca consigues deshacerte, si puedo chuparte hasta la última gota de fluido vital y mientras tanto arañar sin parar la misma zona de tu cabeza, bajando hasta la sien, labrándome un camino para entrar de manera retorcida en un lugar más oscuro del que me imagino de antemano (o todo lo contrario) y una vez allí dentro perderme con quietud, con la seguridad de quien va a mover los hilos necesarios para conseguir que te aferres a lo que a mí más me importa.

Si en verdad dentro de ti no hay una casa de pastas líquidas de naturaleza pegajosa y oscura, si lo que contradice las cuatro pistas que tengo para rastrearte es todo pureza y necedad, entonces es ahora cuando te pido que no te asustes… Ya que al fin y al cabo nada de esto es real. Es todo lo que consigo traducir del grito interno, las palabras que interpreto del tumulto que me sacude. La explicación más sencilla de la enfermedad que me acompaña. El convencimiento de que padecemos y nos compadecemos de lo mismo y que si quisieras clavaríamos nuestras agujas en nuestros respectivos brazos hasta drenarnos mutuamente.

Soportando el peso de lo real y lo irreal, a cada cual en una mano a modo de balanza, mis músculos se atrofian sujetando la cantidad inmensurable de caminos que ya he recorrido y que te llevo de ventaja sobre los frágiles dedos de mi extremidad izquierda. Con la derecha puedo lanzarte y devolverte lo poco que sostiene, jugueteando con su contenido en el aire y volviendo a caer sobre la palma. Procuro no juntar las manos, intento discernirte de discernir tu propio yo del mío, el que sujeto y pesa toneladas de insalubridades. Procuro no hacerlo pero es lo único a día de hoy que me ayudaría, agitarlas y dar palmas. Colisionarme de frente contra esa pared que ya me ha roto, esa pared que cada vez es más grande pero esta vez lleva tu nombre y mis pecados escritos.

Devuélveme la salud, escápate y deja que el tumulto se calme. Huye en una dirección o choca contra mí, ¿no lo ves? Despega esos tumores de mi vuelta del revés porque yo no puedo, yo sola me he fabricado a mi misma sin la capacidad de reconocerlos y deshacerme de ellos. Tira los dados, si te es más fácil, juega y hazte dueño del azar, devuélveme lo que es mío, desafiémonos el uno al otro y continuemos ese camino que ya he ido marcando yo para no perdernos. Regálame la cordura que merezco o enséñame a base de sangrientas heridas en la frente contra la puerta que nunca se abre a marcharme y buscar una versión sana de mí misma. Libérame de la culpa que sé que tengo por escribir y vaciarnos sobre la mesa, mezclándolo y desorganizándolo todo, incapaz de volver a guardarlo en su sitio.

Salgo a buscarme. Una yo desembriagada, una yo paralela capaz de ser incapaz de hacerse esto a si misma. Una yo vacía que al llegar a la línea veintitrés de la tercera página decide darle al tumulto un presente con el que jugar y entretenerlo hasta nuevos golpes. Por fuera no se ven, pero si tanto tú como yo nos encontrásemos y tuvieses el talento de darme la vuelta, los verías estremeciéndote, asustado, y comprenderías que no existe diferencia entre realidad y ficción aquí dentro.



(Y ya está fuera... buffff).

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