lunes, 18 de enero de 2010

Manual de instrucciones

“¿Sabes? Un día besé la mierda del suelo
y ahora te la entrego, todavía en mi boca,
para que sepas lo que es intimar con el frío pavimento
que no tiene escrúpulos de romperte los labios y dientes
si te agachas a menudo”.

¿Cómo tiene que ser una mente, cuán desgarrada ha de estar,
para ofrecerse en sacrificio de este modo,
como lo estoy haciendo yo ahora?
Dotada de un amor propio desbaratador
o con una ruina de mundo interno ligeramente despedazado
que espera tu aparición,
el dueño de esas botas brutales y sucias que vengan a pisotear y romper
hasta hacer pequeños añicos todo lo que queda de entero dentro.

Y deseo que sientas esa degustación,
esa agradable sensación que se cuela entre mis dedos
cuando aplasto entre ellos coloridos postres estivales,
rosas, amarillos y marrones,
por el simple y mero hecho de destruir,
encontrando en el acto el placer que no me proporciona su sabor.

Me obsesiona tu descontrol.
Destrózalo todo y luego devora las migas.
¿No encuentras fascinante,
al igual que te encuentro yo a ti necesariamente enfermizo,
mi entrega abierta en canal, goteando, casi desangrada?
¿No es una razón de más, la primordial, para atraer tu atención
y que de manera tan sencilla aceptes la invitación,
te enroles en la locura que seríamos juntos?

Tan imposible como es que yo plantee mi venta directa y dolorosa,
es que tú decidas comprar mi voluntad sin dudar ni un segundo,
tembloroso de la oferta,
asustadizo de la brutalidad del regalo que te estoy ofreciendo.
Quiero ser esclavizada y te lo estoy rogando con alaridos.
Rómpeme los huesos y luego llora
y lame las heridas para curármelos.
Rómpeme por completo,
pues necesito ser reparada partiendo de cero
y para eso sólo existe una manera.
Desordéname, que no pueda encontrarme las partes
en las que estoy descompuesta.

Quiero intentar luchar en contra y no ser capaz,
inmovilizada,
completa pero sin tan siquiera la posibilidad de doblegarte.
Luchar contigo sabiendo que siempre voy a perder.
Olvidarme del orgullo en pos de resistir
y aguantar los saltos de un ataque a una defensa.
Que lo que te atraiga sea el espíritu tan salvaje
que está deseando ser domado.
Vendarme los ojos y esperar a que tú me guíes,
para bien o para mal,
ir a parar a ningún lugar donde estemos los dos solos
y no manchar a nadie más.

Hacer que consigas siempre lo que quieres,
que eso que exactamente deseas sea vivir a un centímetro
sin la posibilidad de despegarte de la masa maloliente y sucia
en la que nos hemos convertido.
Quiero verte en lo peor que el ser humano pueda verse,
conquistando los extremos más oscuros de la existencia,
volviendo para contármelos con suma inteligencia y descaro.

Haciendo todo esto tengo la certeza de que nunca nos aburriríamos.
Respirar siempre dentro de la misma bolsa de plástico que nos ahoga y asfixia.
No existe ese segundo en el tiempo
gracias al cual escapar del aire que produces ahí dentro,
el único oxigeno que quiero respirar
es el que primero ha pasado por tus pulmones.

Estoy enferma, tú eres la causa y tú la medicina.
Incapaz de curarme, incapaz de hacerme ningún bien.
Ningún mal.
Y mientras, que los demás vivan asustados del efecto que causas
y ser yo la única conocedora de todas tus propiedades.
En tu mundo y en el mío no hay palabra tal como posesión.
No existe semejante concepto, somos la definición de la palabra
y la explicación del uno al otro.
Confirmas todas las normas de mi manual de instrucciones.



(tranquilos amantes de la poesía, mi horno no funciona).

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