jueves, 11 de marzo de 2010

El tumulto... parte II.

Nublo la vista y me emborrono los ojos para evitar enfrentarme a lo que yo me he obligado a mi misma a hacer: exorcizar la vergüenza. Me castigo a la vez que me fuerzo a salir del castigo dando vueltas, círculos y más círculos que me revuelven, descolocan, desconciertan y me funden con el malestar que merodea esperando un altibajo para apoderarse de mi cómodo lugar en este colchón no tan mullido que me hace de tumba en los ratos que mi optimismo muere y se entierra. Un mundo reducido a 1.35 metros de ancho del que asusta saltar, en el que moverse dentro de los pensamientos y ponerlos de lado, amontonados, desordenados, buscando el algo perdido sin saber muy bien todavía qué, parece mucho más correcto que fuera del límite. Aquí dentro nadie me puede, nadie me mira, nadie me juzga, solamente estoy yo al mando, la mirada impávida es la mía. Y he de decir que no es una mirada cándida de apoyo, no está a favor del ruido que provocan los gritos acallados. Soy mi peor verdugo, no soy piadosa ni pretendo llegar a serlo, no es el modo de aprender ni la actitud que merezco.

Antes de saltar remuévete, rebusca, arranca las pequeñas imperfecciones del foro interno en la tentativa de encontrarlo: un qué, una solución. ¿El problema? La miseria y el fango, la lluvia fuera que ensucia más el dolor de la quietud de mis piernas. Vi el muro de frente y no detuve mis pasos certeros hacia él aun sabiendo que el golpe iba a astillar un poco más la pequeña figurita de cristal que un día me regalaron y que tarde o temprano acabará rompiéndose, condenando su destino a la última capa de basura, la maloliente imagen al abrir la tapa del cubo para acumular deshechos uno tras otro.

Se me antoja fácil metaforizarme por completo, clavar los dedos firmes lo más lejos posible de mi fuera a mi dentro y sacar toda la pasta viscosa que me marea, aprieta y molesta permanentemente. Luego de eso me planteo observar y analizar el resultado, buscando similitudes entre la brumosidad descolorida y las razones de este envenenamiento. Suciedad y mal olor fuera de mis fronteras para un grumo mucho más grande que parece vivir atrapado en el hueco vacío lleno de gas y espacio airoso libre que estoy convencida poseer dentro de mi cuerpo, en algún rincón bajo la caja torácica y los pulmones, ligeramente por encima de ese chiquitajo estómago que lucha con mala saña por no dejarle hueco. Bichos revoloteantes conviviendo en la agitada fauna de mi interior. Todo lo que sube baja, todo lo que entra sale. Lo difícil de ser conocedor de esto es poseer el don de saberse arriba o abajo, dentro o fuera, o en medio de ambos trayectos, justamente en el centro de todo y a la par en ningún lado.

No busco la definición de enfermedad porque es el estado normal de todo ser que respira, camina, piensa y sufre. Incluso cuando se disfruta y se pierde la consciencia de que en el fondo los defectos y fallos acumulados nos hacen incurablemente inválidos. Todos somos defectos andantes, la gran vía del mundo donde las taras se tratan de conocer unas a otras y nunca lo consiguen.
Pienso, ¿y si en vez de querer sacar el tumulto y mirarlo cara a cara, le mando algo para que no se sienta solo? Presentes para que esté a gusto y me quiera como se supone que deberíamos querernos o en cambio castigos para hacerle ver que voy en serio y quien no ama lo suficiente soy yo.

Hoy no tengo la fuerza necesaria para darle otra utilidad u otro punto de vista al revuelo que se está causando. Hoy me he despertado con un golpe en la cabeza y el desastre desparramado por el suelo. Hoy me gusta la palabra jarrón y me siento enfrascada dentro de uno, en una postura más bien incómoda, sin ser capaz de amoldarme a mi propia forma porque no parece confortable quedarse así para siempre; ya lo hemos probado, no ha funcionado, salgamos corriendo.

(...)

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